En la animación, esta directora de origen rumano ha encontrado por fin un espacio en el que poder expresar una creatividad que, visto lo visto, solo está delimitada por las infinitas posibilidades de la más inquieta de las imaginaciones. Cada objeto, personaje y paisaje es susceptible de deformarse hasta niveles que rozan el surrealismo. Esto sucede como exhibición de un músculo visual impresionante, pero también para concretar un ejercicio de impresionismo en el que las maravillas y terrores del mundo moderno se magnifican por el filtro previo de las vivencias de una protagonista con la que se empatiza no solo por su posición, sino también, por el sofisticado aparato estético-narrativo que la acompaña.

Cuando se me ocurrió hacer esta película tuve la sensación de que, bajo el aspecto de “film para toda la familia”, podría introducir una lectura más profunda de nuestra banal realidad cotidiana. En este sentido, la animación me dio la libertad necesaria para construir un entorno visual único donde sentimos la comodidad de imaginar. También, desde un lado más lúdico, me vi capaz de influir en la percpeción del público. Ver a través de los ojos de un perro (o una perra) es como dar a cada persona un espejo donde plantar cara a determinadas verdades. Verdades que nadie puede negar. Para mí, el film es como un cuento de hadas moderno.